Permitidme relatar una historia épica de ineficiencia y desesperación. Resulta que he tenido el “privilegio” de ser cliente de una empresa de transporte que parece haberse graduado con honores en el arte de la evasión de entregas (Celeritas).En mi pequeño pueblo, donde las cabras y los caracoles son nuestros vecinos más activos, esta empresa de transporte ha decidido que mis paquetes son dignos de un tratamiento especial. ¿Cómo lo hacen? Es sencillo: anotan en sus registros que el “receptor no se encuentra en el domicilio”. ¡Brillante! Así, sin siquiera aparecer por mi puerta, logran que parezca que han venido y se han esfumado como ninjas logísticos.Imaginaos la escena: yo, esperando ansiosamente mi paquete, mientras ellos, en algún lugar remoto, juegan al escondite con mis cosas. Resulta que, después de innumerables intentos de entrega fallidos (o más bien inexistentes), la empresa de transporte ha decidido elevar su juego al siguiente nivel: la devolución a la tienda que los contrató.Y así, me encuentro en un bucle absurdo: hago un pedido, espero con ansias, recibo notificaciones de “intentos de entrega” que nunca sucedieron, y finalmente, mi paquete regresa al punto de partida. Es como si estuviera atrapado en una versión logística de la película “El Día de la Marmota”, pero sin Bill Murray ni risas.