Estimados artistas de la logística de Celeritas,
Me dirijo a ustedes con la esperanza de que esta carta no tarde tanto en llegar a su atención como mi paquete en alcanzar su destino. Aunque, viendo su impecable historial de velocidad, lo más probable es que esta reclamación se pierda en el mismo agujero negro donde parecen haberse desvanecido mis expectativas de eficiencia.
El pasado 13 de febrero, confié en su insigne compañía para devolver un paquete a Amazon. Un sencillo trayecto de vuelta, nada que implique cruzar océanos, selvas o sortear tormentas solares. Sin embargo, a día 24 del mismo mes, sigo esperando la confirmación de entrega. Mientras tanto, paquetes procedentes de la otra punta del planeta, enviados por simpáticos comerciantes chinos, llegan en menos de diez días sin quejarse del jet lag.
Me inquieta pensar en las posibles peripecias de mi paquete: ¿se ha tomado unas vacaciones sin avisarme?, ¿está recorriendo España en busca de sí mismo?, ¿ha sido abducido por extraterrestres interesados en la mensajería de precisión milimétrica? Porque lo que está claro es que entregarlo en el plazo previsto no entra dentro de sus protocolos.
Entiendo que revolucionar el concepto de “envío” requiere innovación, y ustedes parecen estar apostando por métodos nunca antes vistos: el transporte por meditación, la entrega por telepatía o, quizá, confiar en caracoles mensajeros con sentido de la orientación cuestionable.
Les agradecería, aunque solo fuera por puro entretenimiento, que me informaran sobre el paradero de mi paquete. O en su defecto, que me confirmaran si debo asumir que ha sido canonizado y ha ascendido a un plano superior de existencia donde la eficiencia no es un problema.
Quedo a la espera de su respuesta, la cual, a este ritmo, probablemente reciba antes una postal desde Marte que una solución de su parte.
Atentamente,
Un cliente que ya ha visto crecer las uñas esperando su devolución.