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Las dos caras de la realidad
hace 3 años - martes, 7 de julio de 2020
Con la COVID-19 los precios de ciertos productos como los alimentos frescos han subido al verse afectadas las cadenas de suministro.
Mientras los consumidores piensan que los precios claramente están subiendo, los productores defienden que están bajo una fuerte presión a la baja. Son las dos caras de una realidad, en la que se han mezclado varios factores, produciendo un movimiento de precios en distintas direcciones: por ejemplo, el encarecimiento de los alimentos durante el confinamiento – en especial el de aquellos más demandados – e incluso la aparición del suplemento por coronavirus en alguno que otro, que han debido soportar los hogares; o por otro lado, la caída de los precios del petróleo o la que se han visto forzados a soportar algunos proveedores que en su búsqueda de desesperada de compradores han realizado ventas a precios más bajos.
Sea cual fuere la percepción de unos y otros, lo cierto es que con las negras previsiones a las que se enfrenta la economía global – el FMI estima una caída del PIB de casi el 5% y cerca de un 13% en el caso de España –, es muy probable que las presiones inflacionarias se mantengan muy bajas en los próximos meses y sigan conteniéndose en los próximos años. Un escenario que no debe hacer esperar al inversor que los tipos de interés suban; y que, por ende, seguirá propiciando que los bancos centrales continúen con su política monetaria de dinero barato. Todo ello facilitará la financiación de las deudas públicas, que se han disparado con la pandemia – este año la deuda soberana aumentará casi un 20% de PIB en los países desarrollados; es decir casi el doble que en la crisis de 2009 – y que dejará el rendimiento de las obligaciones en niveles ridículamente bajos.
Todo este panorama de incertidumbres para la economía global – incertidumbre y sombrío futuro al que se están empezando a sumar los rebrotes tras el desconfinamiento – nos lleva de nuevo a tomar medidas para reducir el riesgo en nuestra estrategia de referencia: la Cartera Global Flexible. Así, volvemos a buscar cobijo en el dólar como valor refugio, aumentando el peso de las obligaciones estadounidenses. Pero dado que la previsión es que los tipos sigan bajos, para rascar algo más de rendimiento nos decantamos por las de más largo plazo, las de entre 10 y 20 años. A su vez, para mitigar el riesgo, reducimos el peso de las acciones, en concreto el de las británicas; no por su falta de potencial en el futuro, pero sí con el fin de mantener el equilibrio en las inversiones de nuestra cartera. En definitiva, toca adaptarse a la realidad que mande en cada momento, pero siempre siguiendo criterios de diversificación y una correcta distribución entre mercados y sectores. Máxima que salvaguardará sus inversiones de cara al futuro.
Vea la actual composición de la Cartera Global Flexible.