La semana pasada puede pasar a la historia como el punto de inflexión de una nueva era de incertidumbre económica global. La bomba atómica lanzada por Trump sobre el comercio internacional ha puesto en duda los pilares del crecimiento mundial con unos aranceles que ya han entrado parcialmente en vigor este fin de semana. Elevan del 20 al 54% los impuestos a importaciones procedentes de China, al 20% las aplicadas a exportaciones europeas, y afectan directamente a sectores clave como automoción, alimentación y tecnología. Como era de esperar, los mercados bursátiles asiáticos sufrieron un duro golpe y Pekín no ha tardado en responder con un paquete de represalias que incluye un arancel equivalente del 34% a bienes estadounidenses. Apple ha advertido que el coste de fabricación de sus dispositivos podría subir un 7%, mientras que Tesla enfrenta un nuevo desafío logístico al tener que recolocar parte de su cadena de suministro fuera de China. Los fondos de inversión más expuestos a los gigantes tecnológicos han caído más de un 12% en apenas un par de días. Pero los descalabros no se limitaron ni a un solo sector ni a un solo mercado. El viernes pasado el Ibex 35 cedió un 5,9% y el italiano MIB 30 un 6,5%, sus mayores caídas desde 2020, mientras en los EE.UU. con una caída del S&P 500 del 6% tampoco es que se salvaran de la quema. Una reacción, en un viernes negro, que tiene parte emocional pero que es la respuesta lógica a una amenaza concreta.
La UE, por su parte, aún se encuentra en fase de contención, pero la maquinaria de una nueva guerra comercial ha comenzado a moverse, y no será fácil detenerla. El BCE ya ha rebajado sus previsiones de crecimiento para la eurozona, que se reducen en 0,3 puntos entre 2025 y 2026. Alemania será el país más afectado, con una contracción estimada de hasta el 0,5% del PIB, mientras que España podría perder entre 0,11 y 0,27%, unos 4.300 millones de euros. La inflación se recalcula al alza y ya se abandona la esperanza de que se sitúe en torno al 2% debido en parte al encarecimiento de las materias primas.
En paralelo a estas turbulencias, hay activos que llevamos recomendándole desde hace meses que ofrecen resistencia ante la incertidumbre (vea Cómo invertir en oro y plata). El oro, al que nadie le quita su trono como valor refugio a pesar de haber tropezado un 3% en un par de días, paradójicamente por haber quedado libre de los aranceles y no ser ya tan caro rellenar las arcas estadounidenses como se temía. O la liquidez (fondos monetarios, cuentas…) que empiezan a revalorizarse no como símbolo de pasividad, sino como herramienta de oportunidad que dará margen para actuar cuando el polvo se asiente. Esta tormenta comercial puede prolongarse, o desinflarse por sí sola. En este momento, lo más prudente no es vender por miedo ni comprar por impulso. Es revisar nuestras exposiciones, ajustar velas y mantener la calma. Porque en el ruido del corto plazo puede esconderse el valor del largo.