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Pirro se fue a la guerra
hace 4 años - lunes, 16 de julio de 2018
Aunque Trump ganara la guerra comercial que se ha empeñado en librar, lo perdido podría superar con creces lo ganado. Vea nuestra postura editorial.
Hace 2.300 años Pirro, Rey de Epiro y de Macedonia, decidió cruzar el Mar Jónico con sus tropas y acudir a los cantos de sirena de los pueblos griego italianos del sur de Italia, que le prometieron una fácil victoria contra Roma, potencia emergente que hasta entonces no había entrado en grandes conflictos bélicos. Emular en sus éxitos militares a Alejandro Magno y hacerse de una tacada con Italia, Cerdeña y parte del norte de África, volviendo después a Grecia con un ejército aún más fuerte, era una visión demasiado tentadora como para dejarla pasar sin más. La historia cuenta que Pirro ganó las batallas, pero lo hizo a costa de sufrir un elevadísimo número de bajas en su ejército. Tras una de ellas se le atribuye la frase “otra victoria más como ésta y tendré que volver sólo a Epiro”. Sobra decir que Pirro no consiguió sus objetivos. Es más, las guerras pírricas marcaron el comienzo del declive militar griego y el auge del romano.
En los últimos meses ha sido el Presidente estadounidense Trump quien se ha embarcado en una guerra – comercial – con la potencia emergente que es China. Su visión: ser quien acabe con el monstruoso déficit comercial estadounidense y pasar a la historia como el Presidente que hizo a los EE.UU. grande otra vez. La guerra se ha recrudecido en la última semana y las bajas, en forma de pérdidas económicas, se notan ya en ambos bandos, pero Trump está seguro, como lo estuvo Pirro hace 23 siglos, de que ganará la guerra, pues le han dicho que EE.UU. importa más productos de China que al revés. Como en la guerra, todo vale: los últimos aranceles se orientan ya a productos de bajo valor añadido, intensivos en mano de obra poco cualificada. Trump quiere que estos empleos vuelvan a los EE.UU., lo cual parece muy poco probable que ocurra teniendo en cuenta que el paro en los EE.UU. marca mínimos históricos.
Lo que Trump no parece tener en cuenta es que estos nuevos aranceles perjudicarán, en última instancia, a los estadounidenses, tan pronto como las empresas les trasladen el aumento del precio de los productos importados. El sector de la distribución, en guerra con la competencia por internet, verá cómo sus márgenes se reducen más, y el sector primario tendrá más complicado colocar sus productos en el exterior. Si la prioridad de Trump es resolver el problema del elevado déficit comercial estadounidense, va por mal camino. En lugar de alentar a las empresas locales a invertir para ser competitivas en el mercado global, opta por un proteccionismo obsoleto que sólo provocará el inmovilismo entre los empresarios, cómodos con su mercado cautivo. Al final, los productos estadounidenses perderán aún más atractivo en el mercado internacional. La guerra comercial no beneficia a nadie, y de hecho el crecimiento global ya está apuntando hacia una desaceleración gradual de la que no escaparán ni China, ni Europa. En esta tesitura nosotros hemos reducido recientemente, por precaución, el peso de las acciones chinas en nuestras estrategias globales. Respecto a Trump, quizá consiga ganar esta batalla, pero será una victoria pírrica.
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En los últimos meses ha sido el Presidente estadounidense Trump quien se ha embarcado en una guerra – comercial – con la potencia emergente que es China. Su visión: ser quien acabe con el monstruoso déficit comercial estadounidense y pasar a la historia como el Presidente que hizo a los EE.UU. grande otra vez. La guerra se ha recrudecido en la última semana y las bajas, en forma de pérdidas económicas, se notan ya en ambos bandos, pero Trump está seguro, como lo estuvo Pirro hace 23 siglos, de que ganará la guerra, pues le han dicho que EE.UU. importa más productos de China que al revés. Como en la guerra, todo vale: los últimos aranceles se orientan ya a productos de bajo valor añadido, intensivos en mano de obra poco cualificada. Trump quiere que estos empleos vuelvan a los EE.UU., lo cual parece muy poco probable que ocurra teniendo en cuenta que el paro en los EE.UU. marca mínimos históricos.
Lo que Trump no parece tener en cuenta es que estos nuevos aranceles perjudicarán, en última instancia, a los estadounidenses, tan pronto como las empresas les trasladen el aumento del precio de los productos importados. El sector de la distribución, en guerra con la competencia por internet, verá cómo sus márgenes se reducen más, y el sector primario tendrá más complicado colocar sus productos en el exterior. Si la prioridad de Trump es resolver el problema del elevado déficit comercial estadounidense, va por mal camino. En lugar de alentar a las empresas locales a invertir para ser competitivas en el mercado global, opta por un proteccionismo obsoleto que sólo provocará el inmovilismo entre los empresarios, cómodos con su mercado cautivo. Al final, los productos estadounidenses perderán aún más atractivo en el mercado internacional. La guerra comercial no beneficia a nadie, y de hecho el crecimiento global ya está apuntando hacia una desaceleración gradual de la que no escaparán ni China, ni Europa. En esta tesitura nosotros hemos reducido recientemente, por precaución, el peso de las acciones chinas en nuestras estrategias globales. Respecto a Trump, quizá consiga ganar esta batalla, pero será una victoria pírrica.
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