Baja reputación, tipos de interés en mínimos, competencia de la revolución digital mordiéndoles en los talones, amenazas de nuevos impuestos… esgrimir estas razones no va a ser motivo para que desde OCU nos den pena. La realidad es que el negocio de banquero sigue siendo bastante rentable, o al menos eso deduce a nivel global el economista Thomas Philippon, quien en una reciente edición del Wall Street Journal explica como los bancos tienen buenos motivos para seguir sonriendo. En 130 años, los ingresos que derivan de sus actividades de inversión se han mantenido sorprendentemente estables: entre 1,5 y 2 centavos por cada dólar confiado por sus clientes. Y es que si bien la gestión pasiva, con menores márgenes para ellos, ha ganado terreno en los últimos años, son legión los inversores que prefieren, o son conducidos, a la gestión activa y a la perfilada. Para ellos pagar más, quizás de forma inconsciente como ocurre en España con los nuevos servicios de gestión delegada, es señal de un mejor servicio y rendimiento. Un razonamiento con cimientos de mantequilla en la mayoría de los casos, como bien saben nuestros lectores.
Los bancos se han empeñado en el desarrollo de una batería de productos más complicados y costosos dirigidos a sus clientes más solventes…. o más ingenuos, que son más útiles para presumir ante el cuñado de ser un inversor sofisticado que para obtener un jugoso rendimiento. Por ello, por un lado le pedimos a la banca que implementen con la máxima transparencia su oferta comercial y piensen también en sus clientes como beneficiarios de los avances en la productividad que consigan y no como hasta ahora que, como en la ruleta, el dinero termina en las arcas de la banca más veces que en el bolsillo del cliente. Y por otro lado, llamamos también a nuestros gobernantes a reflexionar y a que escuchen claro: quien terminará pagando, de forma directa o indirecta, cualquier tasa o impuesto bancario serán los clientes, así que les pedimos que no tomen decisiones precipitadas.