La temporada de resultados ha arrancado con fuerza, poniendo sobre la mesa un asunto que nos ocupa y preocupa, el del papel que la contabilidad ejerce sobre la información financiera a la que tienen acceso los inversores. Ante todo, no se deje llevar por los titulares. Más allá de las grandes cifras es fundamental analizar en detalle las cuentas presentadas. Suele pasar a menudo que lo que parece un buen resultado en realidad no lo es tanto, y viceversa. Y es que hay muchos factores a valorar a la hora de comparar las cuentas de un año con otro. Por ejemplo, el número de acciones en circulación: no es lo mismo que una entidad obtenga un determinado beneficio con el mismo número de acciones que el año anterior que si lo consigue con el doble de títulos en circulación. Es el caso precisamente del Popular tras la macro ampliación del pasado junio (más accionistas entre los que repartir el pastel).
Muy en cuenta hay que tener la calidad de los resultados, si están o no distorsionados por el efecto de hechos no recurrentes o extraordinarios que no formen parte del negocio principal de la compañía. Las cuentas del Santander son un buen ejemplo de ello, pues la caída del beneficio anunciada en prensa no es tan grave cuando ponemos la lupa sobre ellas (vea nuestro análisis). En el BBVA sucede lo contrario: el beneficio se dispara un 64%... pero por el efecto de los extraordinarios (vea el análisis). No se preocupe, a la hora de elaborar nuestras previsiones tratamos de tener todos estos aspectos en cuenta. Pero no es tan fácil.
En efecto, las cuentas no tienen por qué reflejar la imagen fiel de una compañía. Esto viene motivado por la laxitud que ofrece una “contabilidad” que deja en manos de los gestores la herramienta perfecta para, dentro de la legalidad, “maquillar” las cuentas a su antojo. Eso explica que haya mucha libertad para, p. ej., poner en valor el efecto del Brexit o una determinada inversión (al valor razonable… que considere el gestor). Así, de la noche a la mañana nos encontramos con ingentes pérdidas que aparecen de la nada (como cuando hace unos días FCC rebajó a la mitad su valoración sobre Cementos Portland). Y ni siquiera las auditoras son sinónimo de fiabilidad: llegan tarde y mal, pues parecen no enterarse de la realidad o no querer hacerlo.
De ahí que seamos conscientes de nuestras limitaciones, ya que muchas veces podemos intuir que hay ciertas cosas que no van bien pero resulta casi imposible acceder a la información necesaria para corroborarlo. Eso nos ha pasado en los últimos años por ejemplo con un sector bancario del que seguimos creyendo que esconde muchos muertos en el armario. Ante esto, contamos con una baza a nuestro favor: el riesgo que otorgamos (en una escala de 1 a 5) a las entidades que analizamos. El inversor buen padre de familia haría bien en alejarse de aquellas con un riesgo superior a la media (3).
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