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Derivados, ¡lo más lejos posible!
hace 7 años - viernes, 9 de octubre de 2015¿Sabe que el volumen negociado con derivados, más de 600 billones de dólares, podría equivaler a unas diez veces la economía mundial? O lo que es lo mismo, ¿qué con una mera pérdida del 10% sobre el valor hipotético del total de estos instrumentos, el PIB mundial se volatizaría? Cifras más que preocupantes para unos instrumentos sobre los que planean más sombras que luces.
Los derivados son productos financieros cuyo valor baila al son del activo subyacente al que van referenciados (acciones, índices bursátiles, tipos de interés, materias primas…). Los hay de muchos tipos (futuros, opciones, swaps…) aunque todos ellos comparten una misma premisa: requieren una nula o muy pequeña inversión inicial y se liquidan en una fecha futura. Están por todas partes y, de hecho, es raro encontrar por ejemplo gestores de fondos de inversión que no hagan uso de ellos. Utilizarlos parece llevar consigo un aura de “profesionalidad, complejidad y modernidad” aunque nosotros, en cambio, nos mantenemos en nuestras trece de no caer en sus redes y seguimos desaconsejándolos con ahínco desde hace muchos años. Y no, no es que seamos unos melancólicos del pasado que no queramos subirnos al tren de la “innovación”. Es que tenemos razones de sobra para desconfiar de ellos.
Pocos parecen recordar ya el irreparable daño que provocaron en la economía en la última crisis financiera, de la que aún estamos recuperándonos, teniendo un papel protagonista tanto en el colapso de grandes instituciones financieras (Bear Sterns, AIG, Lehman Brothers…) como de los propios mercados. Y lejos quedan los intentos de entonces por regular más en detalle estos complejos instrumentos, que incluso algunas voces querían prohibir. Ahora bien, que se haya corrido un tupido velo no significa que los riesgos que implicaban hayan desaparecido.
El apalancamiento que llevan aparejado (multiplican la ganancia o la pérdida del activo subyacente) puede hacerle perder mucho más dinero del inicialmente invertido. Sus precios, aparte de sufrir fuertes altibajos, son difícilmente explicables. Y además, se asume con ellos un gran riesgo de contrapartida, es decir, el riesgo de que, llegado el momento y pese a las garantías depositadas, la entidad emisora no pueda hacer frente a su liquidación. No es de extrañar que inversores como Warren Buffet los identificara como “armas de destrucción masiva”. Y por si fuera poco, en general no aportan rendimiento alguno (así lo hemos constatado entre los fondos españoles, según estadísticas de la CNMV), sino que solo sirven para reducir la rentabilidad de una cartera. En esa línea se mueve la reciente denuncia de Bill Gross, otrora gestor estrella de Pimco. ¿Quiere más razones para mantenerse alejados de ellos?