Todos alcanzamos a distinguir entre un accidente y una crisis en la vida de un país. Accidente es lo ocurrido en la central nuclear de Japón, de resultas de un fenómeno natural de una fuerza inusitada. Bien es verdad que los accidentes pueden ser la ocasión de poner de manifiesto fallos garrafales en el control humano, pero en principio el accidente no cambia los datos de base. Se tardará más o menos en recuperar la normalidad, pero lo determinante es que hay una “normalidad” a la que se puede volver.
En el caso de crisis profundas en la economía de los países, y más ahora en un contexto globalizado, la dificultad estriba es asumir que no estamos ante una tormenta. No se trata de resguardarse del agua y del viento y esperar a que escampe pidiendo paraguas a nuestros vecinos europeos, con la esperanza de que luego todo volverá a ser como antes, que recuperaremos la “normalidad”. Porque en crisis como la actual, lo que cambia es precisamente esa “normalidad”. Muchos no lo han asumido, y durante años han seguido pensando que bastaba con tomar medidas puntuales para volver a arrancar un motor que se había gripado, pero que podía volver a girar con la misma potencia de antes. En el ámbito constructor e inmobiliario, la falta de percepción de esta realidad ha sido especialmente llamativa. Se asumió como “normalidad” las cifras de edificación, ventas y precios que rigieron durante los primeros años 2000 y que culminaron en 2006. Incluso se llegó a afirmar que las hipotecas del futuro serían a cien años.
El dinero no cae del cielo, ni de una imprenta
Esta ceguera no fue exclusiva de los promotores y de los prestamistas. También los políticos edificaron sobre unos ingresos extraordinarios provenientes de los impuestos sobre los inmuebles, a los que dieron acta de “normalidad”. Hubo un momento en que la moda entre las administraciones era asumir “competencias impropias”: sobraba el dinero y los ayuntamientos hacían lo que correspondía a las comunidades autónomas y éstas lo que correspondía al Estado (carreteras, hospitales, vías férreas, infraestructuras de todo tipo…).
Incluso ahora, cinco años después del pinchazo de la burbuja, muchos parecen no haber entendido que el problema de nuestro país no es la liquidez, es la solvencia. No tenemos recursos suficientes para devolver lo debido, ni tampoco, a día de hoy, una fuente estable de ingresos que permita prever un plazo de devolución siquiera a muchos años vista.
Ajustes: equitativos y bien explicados
No dudamos de que la economía española y su principal activo, su población, sabrá aprovechar las circunstancias para renovarse y crecer. Pero antes debemos asumir que seguimos montados en una burbuja. Las cosas valen menos del valor nominal que aun les damos. Hay que aplicar una rebaja a todo. “Donde pone cien, escribe ochenta”, es la fórmula milenaria adoptada por el administrador infiel. Hoy debemos hacer una rebaja aun mayor. Pero la dificultad estriba en llevar a cabo esa reducción de modo proporcionado. La vivienda debe bajar aun más en nuestro país. Seguramente también los salarios, y las prestaciones que recibimos del Estado, pero esas rebajas no pueden afectar solo a una parte de la sociedad. Es tarea del gobernante organizar esta devaluación general de modo equitativo, evitando injusticias que la OCU no cejará en todo caso de denunciar donde las haya.