Mientras que la compra suele estar motivada por el entusiasmo hacia una empresa o por una valoración atractiva, la venta exige un razonamiento diferente. También aquí hacen falta disciplina y rigor, para evitar decisiones impulsivas o dictadas por las emociones.

¿Cuándo (y cómo) vender bien?

• Cuando la acción está demasiado cara respecto a los fundamentales.
  Si el precio ya refleja todas las buenas noticias —como mayores beneficios futuros—, la acción puede estar sobrevalorada. Una forma de verlo es a través de los múltiplos (por ejemplo, precio/beneficios), que funcionan como un “precio por kilo”: cuanto más suben, más caro resulta el valor.

• Cuando la acción cae sin perspectivas de recuperación a corto o medio plazo.
  Puede suceder si la empresa pierde competitividad, si aparecen irregularidades contables o si el nivel de deuda amenaza su supervivencia. Vender en pérdidas es doloroso, pero a veces necesario para evitar males mayores.

• Cuando el riesgo de la empresa cambia de forma brusca.
  Por ejemplo, tras una gran adquisición o inversión que aumenta el nivel de incertidumbre más allá de lo que te resulta aceptable.

• Cuando cambia tu propio perfil de riesgo.
  Quizá antes podías asumir más riesgos porque tu situación personal era distinta. Si ahora necesitas liquidez, tienes nuevas responsabilidades o tu cartera ya es bastante arriesgada, reducir exposición puede ser sensato.

• Cuando una acción pesa demasiado en tu cartera.
  Si tras una fuerte subida un valor concentra una parte excesiva de tu patrimonio, puede ser buen momento para vender una parte y recuperar equilibrio y diversificación.